Se
encuentra situada en el más pronunciado quiebro de la Calle Real. La fachada,
levantada en los primeros años del siglo XVI, está más cerca de la utilidad
guerrera medieval que de la estética civil del Renacimiento.
Su
posición, intramuros, formando ángulo recto con la puerta de San Martín obligó
a la adopción de esta fuerte imagen de defensa del acceso, aunque la tradición
popular lo atribuya al hecho de haber pertenecido anteriormente a un judío o al
verdugo de la ciudad por lo que la casa tenía ya una denominación que, con gran
astucia, el nuevo propietario cambió para siempre al cubrir toda la fachada de
agudas puntas de diamante.
El
edificio fue propiedad durante los años centrales del siglo XV, de Pedro López
de Ayala y su mujer Isabel de Silva, (se aprecia la heráldica del matrimonio en
algunas tabicas de la casa). Pasó, por herencia, a su hijo Pedro quien la
vendió hacia el 1500 al regidor Juan de la Hoz para establecer allí sus casas
principales, momento en que se llevó a cabo la reforma del edificio en la que
se incluyó la nueva fachada. En la clave de la puerta de acceso, así como en
los dinteles de los cinco balcones de la fachada, puede verse el escudo de este
linaje. En la actualidad es sede de un centro de enseñanzas artísticas.
El
acceso al patio es también en codo, como salvaguarda de la intimidad y, en su
caso, para evitar la entrada rápida y directa del asaltante. Una vez en el
interior, nos encontramos en un espacio pequeño, porticado en tres de sus lados
mediante cinco columnas poligonales (dos en los ángulos pequeños y las otras
tres en el punto medio de cada banda) de piedra caliza, con basas y capiteles
de facetas, elementos estos que proceden de la reforma ejecutada por López de
Ayala a mediados del siglo XV. Evidentemente esta parte del edificio es
anterior a la famosa fachada, como denota el estilo de sus elementos y el
material empleado en su construcción.
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