El
nombre en época romana del río que vemos era el de Anas, al que se le añadió
posteriormente el prefijo árabe Guad, que significa río. Pues bien, este río
tiene un puente, o “la puente”, como decían los antiguos, uno de los más largos
de la antigüedad. Es la obra que da sentido a la existencia de esta ciudad y,
por su valor estratégico, un elemento crucial para el comercio y para todas las
guerras que han tenido como escenario al occidente de la península.
El
puente, obra de tiempos de la fundación de la Colonia, está construido en su
integridad de hormigón forrado de sillares de granito, está hoy compuesto por
sesenta arcos de medio punto, tiene casi ochocientos metros de largo y doce
metros de alto en los puntos más elevados. Los robustos pilares sobre los que
se asientan estos arcos presentan tajamares redondeados aguas arriba en
aquellos tramos que podían ser más castigados por la corriente. Además, las
pilas de estos tramos están perforadas con arquillos a modo de aliviaderos, con
el fin de reducir la resistencia a la corriente de una obra tan robusta como es
la de este puente.
Hoy se
nos muestra como una obra unitaria. Las batallas y las fuertes avenidas del
Guadiana dieron al traste con alguno de sus tramos, constando restauraciones
desde época visigoda hasta el siglo XIX, aunque las reconstrucción más
importante es la llevada a cabo en el siglo XVII, en la cual se le añadieron
cinco arcos en su tramo central y sendos descendederos que nos permiten acceder
a la Isla. Sin embargo, en su estado original, estaba constituido en realidad
por dos puentes, unidos en la Isla por un gigantesco tajamar que, a modo de
cuña colosal, partía la corriente del Guadiana en dos. El tamaño de este
tajamar era tal que, sobre él, se celebraba en tiempos de la Colonia romana un
mercado de ganados.
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