El
nuevo templo fue comenzado en 1158 con planos del maestro Garçion , quien
diseñó una iglesia de planta de cruz latina de tres naves con girola, en la que se abrían tres
capillas semicirculares o absidiolos, y tribuna sobre ella.
Del
proyecto inicial se conserva la cabecera hasta el crucero, excepción hecha de
las modificaciones efectuadas durante los siglos XV y XVI, centradas en la
construcción de la capilla de San Andrés y la reforma de los absidolos septentrional y
meridional, capillas de San Bartolomé y de Santiago respectivamente. En esta
cabecera románica destacan los relieves de los capiteles y de los pilares que
rodean el presbiterio. Entre los primeros encontramos un Cristo Salvador o
Pantocrátor, en el arranque de la girola por la nave lateral
izquierda, y la Asunción de la Virgen en el mismo lugar de la nave lateral
derecha. Ambos son los titulares de la Catedral. En el tercer pilar del
presbiterio por la derecha sobresale la figura de la Trinidad, bajo cuya
advocación se sitúa la parroquia, y en el quinto la del rey David.
A
principios del siglo XIV se habían construido las tres naves, cubiertas
con bóvedras de crucería simple en
el caso de las laterales y de ocho nervios en la central, y
el templo se cerraba por el extremo occidental con una portada carente de
decoración esculpida, reflejo de un momento de dificultades económicas para la
Catedral. Fue entonces cuando se acometió la fortificación del edificio,
atendiendo a las necesidades derivadas de las continuas luchas fronterizas
entre Castilla y Navarra. Con tal fin se construyeron un pórtico a los pies y
un camino de ronda por el interior, del que quedan vestigios en la nave lateral
izquierda, sobre las puertas de acceso al claustro o sobre las capillas.
También en el siglo XIV se reformó el claustro.
El
siglo XV dio paso a una nueva etapa de intensa actividad constructiva en la
catedral, que se prolongó a lo largo de la centuria siguiente. A este periodo
se deben la ampliación del transepto sur, motivada por el
hundimiento del pilar suroccidental del crucero, la elevación de la
altura de la capilla mayor, el monumento
funerario gótico del Santo y la construcción de las capillas de San Andrés, del
Rosario, de la Inmaculada, de San Jorge o de Hermosilla, de San Juan Bautista o
de Santa Teresa y de la Magdalena, todas ellas capillas laterales que rompen el
perímetro inicial del templo, además de la ya mencionada reforma de los
dos absidiolos de la cabecera. A
mediados del siglo XVII se edificó la capilla de los Mártires.
Entre
1761 y 1765 se construyeron la actual fachada sur, presidida por los santos
patronos de la diócesis, San Emeterio, San Celedonio y Santo Domingo, y
la torre exenta.
Ya
en 1958 se dotó al templo de una cripta que recoge el sepulcro con las
reliquias del Santo.
El
Retablo.
Hasta
1994, año en el que se desmontó para su restauración, se situaba en la capilla mayor, espacio para el que
fue construido. Es obra del escultor Damián Forment, que recibió el
encargo en 1537 y se ocupó de su ejecución hasta su muerte en la Navidad de
1540. Fue terminado por los miembros de su taller. Empleó madera de nogal para
las esculturas y de pino en la estructura y los relieves, además de alabastro
en el zócalo. Se dedica al Salvador y a
la Virgen en el misterio de la Asunción, cuyas imágenes se sitúan en la calle central. Sobre ellas
destaca la presencia del óculo eucarístico, un espacio destinado a la
exposición permanente del Santísimo, privilegio de la iglesia aragonesa desde
el siglo XIV y que Forment, valenciano cuya obra se desarrolló en el territorio
de la Corona de Aragón, trajo hasta Santo Domingo.
Al
repertorio de imágenes cristianas habituales en los retablos unió Forment otro
mitológico que recoge sirenas, centauros, tritones, ménades…, un conjunto de seres
vinculados en la antigüedad a la resurrección y la salvación del alma. A
partir de 1545 el Concilio de Trento prohibiría el uso de la mitología en el
arte cristiano, por lo que nos encontramos ante una obra excepcional.
Andrés
de Melgar se encargó del dorado y la policromía del retablo, labor que llevó a
cabo en su mayor parte entre 1539 y 1553. Destacan el amplio repertorio de
grutescos, decoración a base de seres híbridos dispuestos a ambos lados de un
eje de simetría, y el de morescos, nombre que en la época recibían los bordados
que imitaban los propios de las telas árabes.
El
Mausoleo del Santo y el Gallinero.
Según
la tradición, fue el propio Domingo quien preparó su sepulcro en la calzada que
él mismo trazara, al exterior de la desaparecida iglesia primitiva. Años
después, la construcción del nuevo templo recogería en su interior el
enterramiento, concretamente en el transepto sur.
El
mausoleo es el resultado de tres intervenciones sucesivas. Al primer cuarto del
siglo XIII corresponde la lauda sepulcral, que formó
parte del primer monumento funerario. Se trata de un yacente de dos metros en
altorrelieve, pieza rara en el arte funerario europeo del momento. Presenta al
Santo sobre el lecho mortuorio, con las manos cruzadas sobre el pecho, rodeado
por seis ángeles. La restauración llevada a cabo en 2009 recuperó la mayor
parte de la policromía.
La
lápida se asienta sobre una mesa de alabastro, que el escudo labrado del obispo
Diego López de Zúñiga, promotor de la obra, permite fechar en la primera mitad
del siglo XV. Doce escenas muestran distintos milagros y episodios de la vida
del Santo. En ella se aprecian las consecuencias del hundimiento de bóvedas de
1508, que afectó directamente al sepulcro situado debajo.
Cubre
el conjunto un baldaquino, también de alabastro, tradicionalmente atribuido en
su traza a Felipe de Vigarny y en su ejecución a Juan de Rasines, contratado en
1513.
Al
arco situado en la cabecera del Santo se acopló otro de plata procedente de
Méjico, que fue donado en 1763. Bajo él se cobija la imagen de Santo Domingo,
tallada por Julián de San Martín en 1789 y punto de partida de la iconografía
que lo presenta como “santo abuelito”.
El
monumento está rodeado por un zócalo de mármol sobre el que
se levanta una reja de hierro dorada y policromada, obra de Sebastián de Medina
de 1708.
Bajo
este espacio se construyó en 1958 una cripta que acoge las reliquias. La
preside un altorrelieve del Santo como libertador de cautivos, obra de
principios del XIII.
Frente
al mausoleo se sitúa un gallinero gótico de piedra policromada, construido a
mediados del siglo XV, que alberga un gallo y una gallina vivos en
conmemoración del milagro del peregrino ahorcado injustamente (la presencia de
animales vivos en el templo está documentada desde 1350). Sobre la puerta de
ingreso, en una tabla de Alonso Gallego se representa el milagro.
La
Torre.
La torre exenta es la cuarta que
se levantó en la Catedral. La primera, sobre el espacio que actualmente ocupa
el gallinero, se construyó a finales del siglo XII o principios del XIII y fue
destruida por un rayo en 1450. La sustituyó una segunda que, terminada hacia
1560, a mediados del XVIII amenazaba ruina. El obispo Andrés de Porras y Temes
decidió la edificación de la tercera, que se llevó a cabo entre 1759 y 1760 y
adoptó la tipología de torre-pórtico, apoyada una de sus caras en la fachada
sur y el resto en unos arcos bajo los que discurría la calle. Apenas un año
después se desmontó por problemas estructurales derivados de la inestabilidad
del terreno, que implicaron además la ruina de la mencionada fachada. El mismo
prelado acometió la construcción de una nueva portada y de la cuarta torre,
para la que se buscó un emplazamiento más seguro a unos ocho metros de la
Catedral, al otro lado de la calle Mayor. Trazadas ambas por Martín de
Beratúa, la portada se construyó en 1761 y la torre entre 1762 y 1765. A ella
se adosó la casa del campanero, diseñada por el mismo arquitecto.
Sus
70 metros de altura se dividen en tres cuerpos, de planta cuadrada los dos
primeros y octogonal el de campanas, con cuatro torrecillas en los ángulos, que
se cubre con cúpula rematada por una esbelta linterna. Responde así al
llamado modelo riojano de torre barroca que siguen, entre otras, la de Briones
y las gemelas de la concatedral de Santa María la Redonda de Logroño, ambas del
mismo autor. Cumplió la función de conjuratorio, lo que explica los vanos
abiertos en el primer cuerpo.
En
su construcción se utilizó piedra arenisca, y en su cimentación una argamasa
compuesta de cal, arena, piedras pequeñas y cornamentas de vacuno, con las que
se quiso contrarrestar la escasa firmeza del terreno y los efectos del exceso
de agua en el subsuelo.
La
escalera, de 132 peldaños, aparece horadada por unos huecos circulares cuya
función consistía en permitir el paso de las cuerdas de las campanas, que
podían así tocarse desde abajo. Conserva el reloj instalado en 1780 por el
herrero Martín Pasco, que se mantiene en funcionamiento con su mecanismo
original.
El
Claustro y la Sala Capitular.
El
claustro que hoy contemplamos es fruto de la reforma acometida en 1340 por el
obispo Juan del Pino. Construido en piedra y ladrillo, está cubierto con bóvedas de crucería, ocho por cada
crujía o galería. Durante los siglos XV y XVI se fueron añadiendo a sus muros y
entre los vanos una serie de capillas que prácticamente cerraron el patio. De
escaso valor artístico fueron eliminadas, en su mayoría, en la restauración que
tuvo lugar entre 1984 y 1987. En la galería oriental se abre la sala capitular,
construida bajo el mandato del obispo del Pino y reformada en el de Pedro
González de Mendoza, en la segunda mitad del siglo XV. Fue entonces cuando se
cubrió con un alfarje mudéjar decorado con
motivos vegetales y las armas del patrocinador. La techumbre fue descubierta
durante la restauración llevada a cabo en 1992, oculta por unas bovedillas de
yeso y un cielo raso. Actualmente el claustro acoge la exposición de la
Catedral.
Entre
sus fondos sobresalen tres trípticos flamencos pintados al óleo sobre
tabla: el Tríptico de la Anunciáción, de Joos van Cleve, ejecutado entre
1515 y 1520; el Tríptico de la Adoración de los Magos, obra anónima de
finales del siglo XV; y el de la Misa de San Gregorio, realizado hacia
1530 por Adrian Isenbrant.
En
cuanto a la escultura, destaca el llamado retablo de los Apóstoles , dos
relieves en piedra del románico tardío que pudieron formar parte, junto con los
de San Pedro y San Juan que se muestran en la cripta, de un apostolado
perteneciente a la desaparecida portada románica del transepto sur. Sobresalen
también un frontal de altar de madera dorada y policromada de hacia el 1300,
con el Trono de la Misericordia en el centro rodeado por el tetramorfos, y una imagen
procesional gótica de Santo Domingo, venerada hasta finales del siglo
XVIII. Excepcional es la talla de la Verónica, obra hispano-flamenca de finales
del siglo XV. La colección escultórica se completa con un conjunto de bultos en
madera, en su mayor parte fechados en los siglos XVI y XVII, y dos relieves, la
Misa de San Gregorio y San Jerónimo Penitente, policromados por Andrés de
Melgar en 1553.
Entre
el claustro y la sala capitular se reparte el tesoro de la Catedral, parte
importante del cual se compone de piezas mejicanas de plata, donaciones de
emigrantes calceatenses.
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