6 de octubre de 2019

puente romano, mérida




El nombre en época romana del río que vemos era el de Anas, al que se le añadió posteriormente el prefijo árabe Guad, que significa río. Pues bien, este río tiene un puente, o “la puente”, como decían los antiguos, uno de los más largos de la antigüedad. Es la obra que da sentido a la existencia de esta ciudad y, por su valor estratégico, un elemento crucial para el comercio y para todas las guerras que han tenido como escenario al occidente de la península.
El puente, obra de tiempos de la fundación de la Colonia, está construido en su integridad de hormigón forrado de sillares de granito, está hoy compuesto por sesenta arcos de medio punto, tiene casi ochocientos metros de largo y doce metros de alto en los puntos más elevados. Los robustos pilares sobre los que se asientan estos arcos presentan tajamares redondeados aguas arriba en aquellos tramos que podían ser más castigados por la corriente. Además, las pilas de estos tramos están perforadas con arquillos a modo de aliviaderos, con el fin de reducir la resistencia a la corriente de una obra tan robusta como es la de este puente.
Hoy se nos muestra como una obra unitaria. Las batallas y las fuertes avenidas del Guadiana dieron al traste con alguno de sus tramos, constando restauraciones desde época visigoda hasta el siglo XIX, aunque las reconstrucción más importante es la llevada a cabo en el siglo XVII, en la cual se le añadieron cinco arcos en su tramo central y sendos descendederos que nos permiten acceder a la Isla. Sin embargo, en su estado original, estaba constituido en realidad por dos puentes, unidos en la Isla por un gigantesco tajamar que, a modo de cuña colosal, partía la corriente del Guadiana en dos. El tamaño de este tajamar era tal que, sobre él, se celebraba en tiempos de la Colonia romana un mercado de ganados.

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